Las ciencias médicas han tenido oportunidades incesantes de mejorar, por ser eterna la lucha, contra el dolor y la enfermedad.

Se ha comentado que en esto de desarrollarse, las guerras son a la cirugía, lo que las epidemias son para la medicina. Faltaba que concurrieran las oportunidades y el conocimiento, como ocurre con las muy prolongadas consecuencias de guerras inmisericordes del Renacimiento, que progresan en el sentido de usar armas hasta allí tradicionales, agregando con comprensible entusiasmo las harto más efectivas y mortíferas armas de fuego.

Los médicos militares se encontraron con lesiones nunca vistas, de un horror inédito, para muchos cirujanos fue más de lo mismo, solo que más grave y de mayor magnitud, no así para gente como Ambrosio Paré, para quien fue un desafío utilizar los avances de conocimiento en anatomía y fisiología, de hombres como Vesalio. Si bien es cierto, no se pudo avanzar realmente sin saber de anestesia, asepsia y antisepsia, Paré trató de humanizar un acto, que en esa época era indescriptiblemente cruel y brutal. Con todas las limitaciones del estado del arte de la época es considerado el padre de la cirugía moderna.

Aparece otra rama de la medicina, para lidiar con las mutilaciones y desfiguraciones de los que sobrevivían, la cirugía plástica, cuya práctica había estado reservada a determinadas familias de empíricos que con saberes habían llegado desde la India. Aparece en el sur de Italia, el más destacado en rinoplastia Gaspare Tagliacozzi, quien de vivir ahora es seguro que estaría en el centro de la farándula de la gente linda, a lo mejor nunca supo que tenía en sus manos la herramienta más buscada, aquella de ofrecer una nueva oportunidad de juventud y belleza, inapreciable logro, aunque sea por un periodo efímero.

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